LOS FELIGRESES
Los Feligreses
Santa
Santa, ¿habrá una santa negra, santa que en su fe rebase toda la fidelidad de los demás santos, por eso de que su cultura profesa mayor devoción al señor?. Yo la he visto, así imagino a una santa en vida, casi alada como ángel. No tendría que llevar un vestido blanco, podría estar rucio, porque está viejo, y sí, ella tiene una aureola brillante, solo que no es posible verla, hay que sentírsela.
Una camándula colgaba de su pecho, una cruz blanca, así como una pañoleta en su cabeza. A diario oía la palabra en San Judas, y luego, cuando salía, su cuerpo levitaba en santidad. Cuando mis ojos se privilegiaban de verla, en su cara nacía una sonrisa de eterna calidez, la que no se turba jamás, porque en ella habita la tranquilidad. No la aturdía tampoco el estruendo de un vallenato que salía del billar de al frente, ni el aire pesado de la calle un viernes, uno que poco se parecía al sahumerio de los jueves santos.
A esta santa poco la encontré, poco me la tropecé porque los milagros o accidentes afortunados no son algo cotidiano, sino casualidades. Yo la pienso a usted, la recuerdo, me dice cada vez que me ve. Me gustaban sus palabras sinceras, como muy pocas, y son para mí un bálsamo de paz que por un momento apacigua los cayos de la vida.
Imagino que su oficio está en repartir caridades, aunque su casa no sea la más visitada por los Reyes Magos. Tiene mil rotos en su desecho vestido, y mil veces los ha remendado, y sigue inerme, con su espíritu que no se corrompe se la ve recorrer las calles todos los días, muchos le acercan un plato, por eso no tiene de qué preocuparse, que hasta la esperma quemada de los deseos de todos los pecadores la inspiran y alimentan en su trabajo.
Ofir
La Iglesia San Judas Tadeo, en el corazón de la avenida Sexta de Cali; en este lugar, es común la confusión, como en la Torre de Babel, pero en este caso no es de lenguas sino de sonidos: rezos con abominables ruidos de vallenatos, pitos y borrachos a las 7 de la noche de un viernes, o bien, de cualquier día de la semana, porque aquí en Calí, cualquier hora es buena para ser ocioso.
Las historias que hoy comparto con este público- que por cierto me recuerda al capítulo de South Park, insisto, el de los muñecos tomando té con ese niño mimado, no recuerdo como se llama- las hicieron las personas que conocí, en alguna época de mi vida, allí, en la Iglesia San Judas Tadeo.
Cuando salía de una Iglesia la vi. Eran solo suyos unos ojos verdes, saltones, que resaltaban de su figura encorvada. Ofir, su nombre me sonaba a una perla, el nombre de una piedra preciosa estrambótica encontrada por un pirata de algún océano bien lejano, porque por aquí no hay muchas piedras de Ofir.
No olía muy bien, ni la primera, ni la última vez, y aquel día me habló como si me conociera: Hola mija!, y luego soltó una perorata sobre sus dolencias que yo parecía oir lejanamente porque mis esfuerzos se concentraban en otras cosas banales, muy distantes del sagrario, la devoción y la humildad.
Al fin terminó su historia, y me despedí de ella con cierto fastidio. Ofir tomó rumbo hacia su casa, que era poco menos que la calle, y desapareció.
Me contaban, entre los chismes de los feligreses- los feligreses también chismosean-, que la mujer vivía en el centro de la ciudad, en algo más horrible que una pocilga, sola, por eso de que no había dejado descendencia, y los pocos familiares de sangre que aún vivían, sus hermanas, le proferían el más indeseable de los odios. Algún día pudo llamarse rica, y también logró gozar de buena apariencia y dignidad, mas hoy, golpeada por el revés de los accidentes, su vida se iba apagando en la compañía del frío de la madrugada del Parque Caicedo.
Luego de ese encuentro la ví muchas veces, la saludé unas menos, y sentía siempre su dolor, su inconformidad, su permanente amargura. En las oraciones de mi padre seguro estaba Ofir, una feligrés más de la iglesia San Judas. Un día, como aquellos que llegan siempre en una noche especial de misa, los feligreses contaron que le habían encontrado muerta en el parque, luego de haber sufrido el embate de unas patadas en la puerta de otra Iglesia.