Monday, August 06, 2007

SHANUI


UNA HISTORIA CATALINESCA...

LA TELE

Hubo una noticia hoy: Encontraron al sapo más grande el mundo, de 40 centimetros, gordo y amarillo, con un rostro casi humano. La gente se abruma viéndolo en la televisión, se aterran y se preguntan cómo puede haber un sapo tan gordo y tan grande. Increíble, parece de mentira. Los ojos vívidos de este sapo no quieren ver la cámara. El sapo parece apenado. Para la gente, la enorme masa de 2 kilos no pasa de ser una simple noticia curiosa.

En la imagen que ya ha dado más de una vuelta por los televisores del mundo esta mañana, la mano de alguien acaricia la amarilla panza de la bestia anfibia. ¿De dónde provino este animal? Aquello no importa. Lo único que vende es su tamaño.

Fácilmente podemos imaginar, cual cuento de hadas de Charles Perrault, cómo ese simple sapo gordo pudiera haber sido un ser humano atrapado de manera temporal o permanente en aquel cuerpo frío y baboso.

"¿Sabes quién era?", alguien interroga, mientras la imagen del televisor sigue mostrando en el fondo los movimientos y sonidos del anfibio. Algún interlocutor responde: "No entiendo, si no es alguien”.


EL MIDAS

Recuerdo cómo le veían. Estaba en televisión un día. Pesaba 2 kilos, y medía 40 centímetros. Era gordo, amarillo verdoso, y tan grande, que asustaba. Un día era el mismo que había ido a cerrar negocios en la China, y al día siguiente, era algo que en un entonces fue alguien, y ahora le admiraban con sorna y asombro en la televisión de todo el planeta. Sus ojos miel resaltaban el verdor de su vestido frío y baboso. Mucha gente le tocaba la piel, porque creían que les traería suerte, y no era de más; Él era un tipo con suerte. Era un Midas.

ÉL
A los 35 años había conseguido en dinero lo que cualquier terrícola añoraba. Desde los 5 años de edad, no había juego de escalera que él no ganara. Luego, siguieron las cartas, las loterías… todo recreo de azar que llevara signos de dinero implicado, era para él miel que se pegaba al cuerpo.

Finalmente, al cumplir sus 20 años, luego de más de una década de ahorrar las ganancias de juegos infantiles, con una pequeña cantidad de dinero inició su primer negocio de medias. En cuestión de 2 semanas, habiendo vendido en su totalidad la modesta mercancía de 1000 pares, jugó su ganancia en la bolsa, y consiguió tan efectivos dividendos, que al poco tiempo pudo abrir otro negocio, esta vez de juguetes de madera. El negocio, contrario a lo que cualquier comerciante pensaría, progresó con tal éxito, que rápidamente hizo un mega mercado y pronto estaba visitando a todos los países de Europa, vendiendo sus juguetes.

Sin embargo, este gran señor de la suerte tenía un talón de Aquiles; Había algo que no podía comprar.

Su madre -si es que tenía porque no la conocía- lo había dejado empeñado en una prendería. Sí, aunque suene absurdo, la mujer se hizo su agosto cuando lo tuvo, pues, en vista de su precaria situación económica, con su venta pudo conseguir algún dinero para sobrevivir durante un frío invierno. En cuanto a su padre, nunca había podido tener descendencia, y solo en su septuagésimo cumpleaños, logró darle vida a lo que parecía su último suspiro. Horas después de su milagrosa faena reproductiva, murió.


LA COMIDA
Una noche estaba este Midas comiendo en alguna ciudad de la China. El plato servido era cerdo, empalagado con una salsa de la casa tan única, que su nombre resultaba difícil de pronunciar. Su sabor, el más desconocido y a la vez exquisito que jamás al paladar de un pobre hubiera imaginado probar. La mesa en la que departía estaba vacía, el hombre siempre lo notó, pero ese día parecía importarle más. Llegó al rato una mujer joven, hermosa y voluptuosa, luciendo un vestido . Sin él convidarla, ella se sienta a su lado. Le acaricia la pierna bajo del mantel, le ríe de de manera cómplice y llama al mesero para que le tome la orden.

Ella pide todos los platillos de impronunciable nombre, acompañados por una ordinaria bebida alcoholica de arroz que producen en la comarca.

Al día siguiente, este Midas del mundo decide que, al sentir que no tiene nada que perder, por eso de ya todo lo triene ganado, salió de su hotel de turno en Long, y se sumergió bajo una multitud de gente por una calle de comidas, en el centro de la ciudad. Luego, buscó una estación del tren, y viajó camino a Shanui, un pueblo desconocido, igual que la comida y todo lo que había en este país. En el camino le pareció que en Shanui podía encontrar- ya fuera en sus pensamietnos o en cualquier olor a nuevo- alguna vaga pista de lo que a su completa vida le hacía falta, aquello que para él no tenía nombre, pues nunca lo había conocido. "Quizá", pensó "es el vacío de mi madre o mi padre".


Shanui



Llegó entonces el Midas aventurero a la población de Shanui. El lugar, más bien desolado. Las casas, al estílo más rupestre de los chinos, eran grises. De algunas salía humo, proveniente seguro de la cocina. Aquel humo se alcanzaba a ver con nitidéz desde lejos.

Al llegar a lo que parecía una posada, el Midas entró.
De la penumbra, emergió un anciano de poco pelo y vestido en una gran túnica negra. En sus manos llevaba un manojo de llaves oxidadas; se trataba, de las entradas a todos los cuartos del hotel. Cuando el Midas se repuso del susto que le dio la imagen del anciano, le solicitó uno de los cuartos para poder pasar la noche.

El anciano, sin responderle, pues de seguro no comprendía su acento occidentalizado, le entregó una de las llaves y lo guió por un corredor hacia el cuarto correspondiente.

Instalado ya en el cuarto, El Midas abrió la ventana, esperando que el olor a humedad y a alcanfor se difuminara un poco.

Ya muy tarde, El Midas se quedó pensando cómo había sido capaz de arriesgarse a salir solo por una ciudad que apenas conocía y tomar un tren al poblado más lejano y bizarro de sus alrededores, todo en la búsqueda de algo intangible, de su felicidad.

Le fastidiaba la cama, las goteras de aquel techo de paja y madera remendado, las paredes frías y húmedas, y todo el ambiente de aquel pueblo fantasma. En la soledad de la noche, en el silencio infinito que sentía al cerrar los ojos, concluyó que en ese pueblo no había más que un solo habitante, el anciano del hotel, suponía.



LA TIENDA

Al día siguiente, su sexto sentido desorientado lo llevó a una de esas calles solitarias, y allí siguió el camino de luz que salía de una tienda. Pronto entró, y pudo ver a una mujer, similar al señor de la posada, muy anciana y vestida con el mismo atuendo. Era tal su parecido, que comenzó a pensar que se trataba de la misma persona. Mas aquella asociación, le produjo escalofrío de muerte.

La mujer tampoco le habló, sino que le señaló con sus dedos los productos que ella ofrecía. De forma curiosa, en este lugar, a pesar de ser una tienda de pleno siglo XX, el hombre no pudo identificar ningún producto de marca. Todo lo que vendía la anciana parecía tratarse de cosas que se hacían en el pueblo y no venían etiquetadas ni envueltas. No había detergentes, sino jabones de cebo y toda suerte de artículos anticuados, con lo que el hombre alimentó más su paranoia frente al lugar, y comenzó a pensar que en realidad aquel pueblo era un cementerio.

El hombre, por no despertar sospecha, le compró dos cosas, de esas inútiles que vendía, y, justo cuando iba a abandonar el lugar, la mujer le dijo: “está buscando algo más…¿verdad?.” El hombre, se volteó, encontrándose de frente con ella.

Él seguía con el habla petrificada, de manera que la anciana continuó… “Quiere usted algo que no ha podido conseguir, muy a pesar de su buena suerte. Yo puedo darle lo que tanto su corazón ansía, pero aquella ganancia le costará mucho, en verdad le costará todo”, sentenció la mujer.

Midas solo alcanzo a asentir con su cabeza, en un segundo lúcido que tuvo, y de repente, volviendo en razón, le respondió que no le importaba perder todo, con tal de ganar lo que había buscado siempre y no tenía nombre.

ENCONTRANDO LO QUE NO TENÍA NOMBRE…

La mujer sonrío, y antes de hacer su pronunciamiento final, que le permitiría conocer su añoranza más grande, le advirtió, no debe arrepentirse de lo que ha escogido, si lo hace…perderá todo. Fue entonces cuando la anciana sacó de uno de sus bolsillos un espejo y lo hizo reflejarse en él.

UN NIÑO DE NUEVO

La cara que mostraba el espejo era la de un niño, y estaba en su casa. Su madre no había muerto, al contrario, lo llamaba desde abajo a comer, porque ya era hora.

Sobre una modesta mesa de mantel a cuadros, en un plato de losa despicada, humeaba una sopa. Al lado de ella, su madre lo esperaba para comenzar a comer. Y en esa comida frugal, en la humildad de esa casa pequeña, encontró el abrazo de su mamá, una que en otra vida lo había vendido sin él saberlo. Se acercó al plato para comenzar a tomar la sopa, y parte de su paladar resulto quemado. Al instante, una mosca sobrevoló los límites de la sopa y fue a parar adentro de ella. El niño soltó en llanto.


Muy pronto el niño se dio cuenta que aquel cuadro de vida anterior recuperada, carecía de algo difícil de descifrar para él.

Tenía el amor que lo había enfermado durante toda su vida, pero desposeía de nuevo algo, y aquella sensación lo mantenía nuevamente infeliz. “Quizá, si tan solo pudiera dejar de sentir este vacío, comprendería que hoy nada me debe hacer falta”… pensaba.



.... esta historia continuará
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